Desde los albores del tiempo el hombre y sus acciones han
sido controlados por el cerebro.
A raíz de un tronco básico, responsable de las principales
funciones que han de mantenernos con vida como la respiración, las reacciones,
el metabolismo… este órgano fue desarrollándose poco a poco.
Hace algo así como 500 millones de años, evolucionó hacia lo
que llamamos cerebro reptiliano o
archicerebro, gracias a él comenzamos a tener relaciones sociales básicas
entre ellas el acoplamiento con otras parejas, el establecimiento de las
jerarquías sociales, la selección de los jefes, la fuga o la lucha, el hambre,
la sed o la protección del territorio de caza.
Hoy en día podemos detectar los restos de este cerebro
cuando participamos en ritos ceremoniales, adoptamos prejuicios sociales,
mantenemos opiniones políticas o creamos leyes para el mantenimiento de la
sociedad. En actos como estos, realizados diariamente por gran cantidad de
seres humanos está influyendo nuestra capacidad cerebral ancestral y nuestro
cerebro de reptil.
Con el paso del tiempo este cerebro básico fue recubierto
por una nueva capa formada por el llamado cerebro
mamífero, afectivo, emocional o límbico. Se trata del cerebro de los
primeros mamíferos, mediante el cual descubrimos las principales emociones, el
cólera, el amor, el miedo, la alegría… comenzaron a formar parte de nosotros
gracias a este nuevo cerebro, aunque continuamos actuando principalmente por
instinto.
Finalmente, llegamos al cerebro humano o neocórtex que
envuelve a los otros dos. Podemos decir que ahora ya somos totalmente humanos.
Con este cerebro comenzamos a tener conciencia de nosotros mismos y a tener
control sobre nuestras emociones. Al mismo tiempo desarrollaremos nuestras
capacidades cognitivas, desde la memorización, hasta la autoreflexión, pasando
por la resolución de problemas o la capacidad de elegir el comportamiento
adecuado para cada situación. Se trata de un cerebro racional y consciente. Ya
podemos vernos a nosotros mismos y comenzar a intentar comprendernos.
No obstante esta evolución, todavía estamos a merced de
nuestros anteriores cerebros, no somos sin ellos y, en ocasiones, puede
aparecer el reptil que llevamos dentro. Ante determinadas situaciones nuestra
mente emocional puede tomar el control, sus actos son más inmediatos y mucho
más decididos que los de la mente racional y ésta, puede quedar paralizada ante
las reacciones de la otra. Nos resultarán familiares las preguntas ¿por qué he
hecho esto? ¿qué me ha pasado? Ahí está escondido nuestro reptil.
Necesitaríamos conocer nuestras emociones con más
profundidad. Del conocimiento siempre nace el control. De esta manera, seríamos
capaces de domar nuestro cerebro primigenio en las ocasiones que no fuese
necesario. Pero ¿cómo hacemos esto?
Ahora, querido adulto, tú lo tienes un poco más complicado,
será necesario mayor esfuerzo por tu parte y el aprendizaje de técnicas de
autocontrol y modificación del
comportamiento. Tus hijos, sobre todo si están en los primero años de su vida, son
los que pueden aprovechar el momento para aprender sobre sí mismos de una
manera automática, casi intuitiva y, de esta manera comenzar a hablar de tú a
tú con su reptil interior.
Ayúdales a conseguirlo, ¡fomenta su inteligencia
emocional!
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